Pocos podemos imaginarnos qué se puede sentir cuando descubrimos que desaparece una especie. Un conjunto de organismos únicos con recursos y bellezas descubiertas y por descubrir, que nunca más estarán en este mundo ni en ninguno. Que se fueron para siempre porque no hicimos lo suficiente para salvarlos. Pero mucho menos podemos imaginarnos que con una sola muerte haya algo peor; sin embargo en este caso así lo fue. El domingo 15 de mayo de 2011 falleció uno de los más grandes naturalistas que haya tenido Argentina, a quien por pertenecer a esta época no podemos dejar de poner a la altura de los históricos como Hudson, Moreno y tantos otros. Juan Carlos Chebez fue sin dudas un mentor de miles de proyectos a quien muchas especies le deben la vida y su descendencia sin siquiera saberlo nunca. No importa, él no tenía el sentido antropocéntrico que aflora y afloró por miles de años desde que nos creemos la “especie dominante”.
Está en todos nosotros el averiguar todo lo que podamos sobre él y su gran obra, tratar de conseguir sus libros y de luchar por los que aún no fueron publicados, tomando conciencia sobre cada especie en peligro y cada ambiente que necesite protección.
Fue criticado por algunos por “no poseer título universitario”, aunque los maestros de la vida adquieren sabiduría a partir de su propia vida, de su inagotable e interminable investigación sobre la biodiversidad argentina, ya que era dueño de un conocimiento enciclopédico, incluso muy superior al de muchas personas con título (lo cual he podido comprobar).
Me es raro llorar la muerte de una persona que vi personalmente sólo en dos clases y una charla que presencié, y con quien intercambié unos pocos mails. No he tenido el gusto de conocerlo de cerca; sin embargo, al igual que muchos que amamos la naturaleza, siento su pérdida como si fuera la de un familiar o un amigo. Es casi o más incalculable suponer lo que perdemos con su muerte. Tal vez lo llore alguna lagartija de los exploradores -si es que quedan-, algún pato serrucho o hasta el mismísimo yaguareté. Con él se van miles de hectáreas que no serán reserva, pero quedaron también otras miles que dejó de legado. Nadie más que él pudo recopilar toda la información para las guías de reservas (incluyendo las que deberían serlo y no lo son todavía), o hablar de las especies en peligro con datos precisos sobre cada una de ellas e incluyendo en esos libros la problemática ambiental, además de muchos otros datos de interés.
Tal como me dijo una de mis profesoras de la EAN (Escuela Argentina de Naturalistas) debemos usar este inmenso dolor para que nos dé fuerzas. Hay una gran obra por continuar, que debería ser la obra de todos. Salvar nuestros ecosistemas es obligación de todos, cada uno desde su lugar y posición. Te vamos a extrañar, y con cada especie que se pueda salvar, sentiremos que hay un pedacito simbólico de tu enorme esfuerzo. Hasta siempre, Juan Carlos, los inmortales son pocos.
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Sebastián Fusco